El orden de los tiempos: La Universidad portuense del XVIII

La Universidad portuense del XVIII


ILUSTRACIÓNMaría Fernández Lizaso

EL ORDEN DE LOS TIEMPOS



Publicado en el Diario de Cádiz el Domingo, 30 de septiembre de 2007

La actural Capilla de la Aurora, junto a la Iglesia Mayor Prioral, acogió el nacimiento de los estudios universitarios en El Puerto. El doctor Federico Rubio fue uno de sus alumnos más insignes.

El 6 de julio de 1710, la Cofradía de la Aurora, cuya sede se ubicaba en la Capilla de la Calle San Sebastián junto a la Iglesia Mayor Prioral, acordaba definitivamente, y después de un largo debate, la apertura de una escuela de gramática a cargo del Bachiller Fernando Félix de los Ríos, que aceptó el encargo y la obligación de enseñar a quince niños pobres, todos ellos hijos de hermanos de la Hermandad. Una verdadera pica en Flandes en aquella sociedad del XVIII, que ya comenzaba a recoger los frutos de los ilustrados de finales del anterior siglo, que consideraban la cultura como una verdadera fuente de felicidad. El historiador portuense Hipólito Sancho llegó a publicar entre los años 1936 y 1959 diversos trabajos sobre los establecimientos docentes de diversa índole, situados en Cádiz, Jerez y El Puerto, y precisamente en uno de ellos trató con profundidad la situación de la Cofradía del Rosario de Nuestra Señora de la Aurora.

Sitúa Sancho la constitución de la anterior entidad el 4 de octubre de 1693, siendo aprobados sus Estatutos el 24 de enero de 1694. Sus miembros se dedicaban al rezo del rosario público a la Virgen como manifestación de piedad popular. “En la España del siglo XVII —aseveraba Don Hipólito—, ya puede observarse cierta evolución hacia lo que ha dado en llamarse“cultura utilitaria”, en el sentido de su utilidad para los que la detentan, redundando a su vez en beneficio del progreso nacional. Probablemente la preocupación por el saber, la felicidad y el progreso llevaría a los hermanos de esta Cofradía a pensar que sería de gran beneficio para la ciudad, dado que la enseñanza no era muy floreciente a principios del siglo XVIII, crear escuelas de primeras letras, que más tarde podrían ampliarse con clases de gramática, artes y teología”.

La enseñanza pública en El Puerto a principios del siglo XVIII, no era ni siquiera decorosa. Aunque, bien es cierto, que desde la segunda mitad del siglo XVI el municipio sostenía algunos mentores a quienes se imponía la docta misión de enseñar gramática latina, utilizando para ello procedimientos pedagógicos, que bien pudieran ser repeticiones de los que se impartían en los Colegios de la Compañía de Jesús, con reputados pespuntes humanistas. Para que pudiesen ver la luz los reformados proyectos de los herma-nos de la Aurora, se hacía necesaria una financiación externa, esto es, se recurría a las limosnas y herencias de protectores o bienhechores que tenían a bien nombrar heredera universal a esta Cofradía. Aún así, los problemas se amontonaban y fue justamente cuando se decidió implantar los estudios superiores, cuando más acuciaban los inconvenientes económicos. Aunque es dudosa la fecha concreta de la puesta en marcha de dos cátedras de teología, esta no sería muy posterior a 1760.Para entonces, ya se encontraban en funcionamiento las clases de gramática y primeras letras, así como una cátedra de filosofía, que bien podría datar sus comienzos en 1763. Así las cosas, la consolidación de los estudios de La Aurora pasó por numerosas vicisitudes. Las más importantes, sin duda, las de tipo económico que hicieron tambalear la decisión inequívoca de aquellos que apostaron por su continuidad. Cabe reseñar en el recuerdo y la memoria los nombres de aquellas personas que contribuyeron al desarrollo de nuestra ciudad: Francisco Moreno, Cristóbal Navarro, Francisco de Paula Torrejón, Antonio Agustín de Henrile y Luisa Francisca de Zayas. Con su esfuerzo y su patronazgo hicieron posible que, durante un siglo y medio, existiesen en El Puerto las llamadas Escuelas Pías de la Aurora.

A lo largo del siglo XVIII se crean nuevas especialidades y lo que puede considerarse “la joya de la corona”, esto es una Facultad Superior incardinada desde el año 1838 a la Universidad de Sevilla. Ello permitió que estudiantes portuenses accedieran directamente a las distintas Universidades o a Colegios Facultados. Es un honor mencionar entre esos estudiantes, por su trayectoria profesional y humana, al insigne doctor Federico Rubio y Galí que definió a La Aurora como “un centro liberal a más no poder, donde sus estudios y certificados de aprobación eran válidos legalmente ante el Papa y el Rey”. De ahí quizá la semilla que germinó en la vinculación y admiración que profesó Rubio por Francisco Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza, como señala en su libro: Gavilla de Médicos Gaditanos, el profesor de la Universidad de Cádiz, Francisco Herrera Rodríguez, de recomendable lectura.

La tardía incorporación del Colegio de La Aurora a la Universidad Hispalense motivó sin duda los contratiempos por los que pasara la institución portuense. Las universidades de Alcalá y Salamanca se negaban a incorporar en su gremio a los graduados en Toledo, Osuna, Baeza de Almagro. En el sur no pocos eran los problemas para que fuesen reconocidos los estudios en Colegios o Facultades. Los estudiantes de La Aurora vieron rechazados sus cursos en otros centros y hasta su reconocimiento oficial, muchas fueron las bajas entre los alumnos.

El último cuarto del siglo XVIII se encargó de aniquilar casi todas las instituciones culturales y docentes españolas. Los planes financieros del estado y la desamortización de Mendizábal fueron la puntilla para los estudios del Colegio de la Aurora. Mediante una Real Orden de 1845 se declaran definitivamente extinguidos sus estudios y pasan sus bienes al patrimonio nacional.

Después de siglo y medio de lucha por implantar la cultura entre los ciudadanos portuenses y tras una breve reunión con los representantes de la Hermandad de La Aurora, una comisión municipal dio por finiquitado el asunto. De nuevo, el lado menos digno de la naturaleza humana se tragaba de un plumazo las ilusiones y esperanzas de un puñado de portuenses que implantando las enseñanzas de primeras letras para niños pobres llegaron a culminar con un centro de carácter universitario. Y todo, por la capacidad de vislumbrar en la cultura una verdadera fuente de felicidad.

Enrique Bartolomé

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