Paseo del Aculadero


En esta mi primera columna del año, quisiera hacerlo escribiendo bien. Sin que ello obligatoriamente signifique calidad en la escritura, ya que para que ello ocurra, tendría que tener cualidades, que no poseo. Redactaré al menos en positivo, que es una manera de hacerlo correctamente.



En cualquier caso, y aprovechando la benevolencia de aquellos de ustedes que un año más siguen empecinados en leerme, quiero trasladarles las sensaciones de un sustancioso paseo. Que, con las dudas precisas, podría ocupar un lugar destacado en la hipotética clasificación de los más sugestivos lugares de transito de este, nuestro entorno. Por no extenderme a otros lugares más lejanos, que también.


Quiero pues contarles, uno a uno si es posible, los pasos que distan entre las playas de La Puntilla y La Muralla. Y si es posible describirles la pasmosa senda que transcurre entre los pinos y la mar. Vereda reconciliable entre el azul y el verde, que une más que separa. Lo intentaré.


Abajo, a medida que ascendemos, la inmensa mole aplanada de arena fina y blanca, sirve de soporte a multitud de situaciones. A profusión de encuentros y desencuentros. A miles de historias sufridas y vividas por los portuenses. A espejismos en forma de casetas a rayas azules o rojas. A flotadores con formas de ruedas de camiones, con pitorros incómodos incluidos. A nombres y apellidos portuenses singulares y conocidos. A familias enteras. A polo de limón y arropía. A intimidad.


En la cumbre de la vereda, con destrozada luminosidad artificial en todo su recorrido, veo como el mar se abate como una sola ola. Y rompe en Cádiz, al fondo, de frente. Y pequeños barcos surcan y se posan en sus rizadas crestas. Y los pájaros, también complacientes veedores, navegan por ese otro mar de agujas verdes, tras de mi. Sobre las copas de esos pinos bien cuidados de las Dunas de San Antón.


Un descanso, el del guerrero, por la rabia contenida ante tanto bárbaro. Que a diestro y siniestro se ha encargado de estropear el mobiliario, que con nuestro dinero se han gastado las administraciones públicas, para nuestro disfrute.


Y una reflexión: estaré alerto estos 365 días del año, por si este pastoril e idílico paseo de nuestro Aculadero, hace mella entre los cafres y los convierte en defensores del irrepetible paraíso natural.

Diario de Cádiz
Enrique Bartolomé

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