Desde mi amistad




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Hace unos días recibo una llamada desde El Puerto. Era Nani Poullet, para invitarme al acto de presentación del cartel de la Fiesta de Los Patios 2017. Un año más -y van XIX-, la asociación cultural Amigos de los Patios Portuenses acicala lo que prorroga al zaguán y se atavía de portuensismo. Una vez más, por unos días, volveremos a ser un poco nosotros mismos.
Pretendía Nani dar una sorpresa a Javier Thuillier, que le había tocado en suerte, ser maestro de ceremonias del acto en el que nos encontramos; y que fuese yo -¿Quién será, se estará ahora preguntando Javier?- el que dirigiese unas palabras a todos ustedes.
No podía ser, compromisos laborales me tenían ocupados en Madrid este día. Sin embargo acepté el reto y con su colaboración, (leyendo estas líneas), no solo me sumo a esta Fiesta, sino que me permito disfrutar escribiendo sobre la tremenda talla humana de Javier Thüillier.
A “PÉREZ”, como aún le saludo cada Miércoles Santo, cuando año tras año coincidimos en la esquina de las calles Recta y Curva, le tengo un cariño especial. Nos conocimos de casualidad en uno de esos guateques de entonces. Y en poco tiempo deambulábamos –a no más de 20 por hora-, en esa VESPINO blanca de tantas evocaciones.
Aquellos tumbos en el DOS CABALLOS de Quiles, o aquellas excursiones a la finca de Los Gil Amian en Arcos, con Pablo Tejada de piloto. O esas tertulias nocturnas en el Poblado Naval, cuando los hijos dormitaban. Inolvidables.
Defendía el humanista neerlandés Erasmo de Totterdam que la verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos, parece ameno.
Javier es, por encima de todo, amigo de sus amigos y embajador indiscutible de El Puerto por donde quiera que vaya. Es de esos portuenses que le duele El Puerto. Y no da puntada sin hilo, cuando están en juego las manifestaciones artísticas, culturales, lúdicas o arquitectónicas de nuestra ciudad. Es todo un lujo conocerlo y tenerlo de amigo.
Lo mejor de todo, créanme si les digo, es volver a recordar aquella etapa juvenil común, en la que nuestro patio era la Casa Palacio familiar de Jorge Thüillier de la calle Santo Domingo. De ahí a casi todas las ferias habidas y por haber, el carnaval o la Semana Santa. De principio a fin.
Afecto puro, desinteresado y recíproco. Así concibieron los clásicos la amistad. Así la entendí y la practiqué como pude y supe con Javier. Y así, de esta manera trataré de poner en pié la importancia de tener –como solo él y yo sabemos-, a Javier Thüillier en la escasa nómina de mis amigos de verdad. Gracias Javier por estar ahí siempre.
Desde mi amistad, recibe un fuerte abrazo.


Enrique Bartolomé

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