El orden de los tiempos: El Agua de Sidueña.


El Agua de Sidueña

ILUSTRACIÓN: María Fernández Lizaso

EL ORDEN DE LOS TIEMPOS

Publicado en el Diario de Cádiz el Domingo, 15 de enero de 2012

A la vuelta de la carretera que nos conduce desde El Portal hasta nuestra ciudad, a los pies de la sierra de San Cristóbal, y al canto mismo de los numerosos meandros del Guadalete; donde los términos municipales de Jerez y El Puerto se confunden, se nos abren en abanico las tierras de Sidueña. Estos peculiares territorios, actores de nuestra historia desde hace casi treinta siglos, fueron inmortalizados para la literatura por el Padre Luis Coloma con la publicación de su obra Caín.

A través de esta pequeña obra costumbrista podemos trasladarnos a los que significaba Sidueña y sus fértiles tierras. A la importancia de sus manantiales de La Piedad. En unos de sus capítulos, Coloma describe el viaje que hacen Miguel y Joaquina desde el Poblado de Doña Blanca hasta la estación de ferrocarril portuense, para despedir a su hijo Perico, camino del servicio militar y describe las huertas de tomates, melones y frutales que se cultivaban en el Valle de Sidueña, mencionándose, a modo de ejemplo el “cojumbral” de Juan Pita. Se hace referencia también a otros caminos y veredas de estos parajes como el que en cierta ocasión toma Juan Pita: “...por un atajo que llaman La Trocha retrocedió hacia Jerez donde pensaba vender su canasta de tomates”. Aún se conserva todavía La Trocha y esta misma vereda fue trágico escenario de no pocos fusilamientos en 1936. Junto a todo ello, el relato ofrece valiosas referencias a los manantiales de Sidueña, en las proximidades del Castillo de Doña Blanca. Merodeemos alguno de sus pasajes: “Rodean aquel cerro triste y pelado, a la manera que para disimular el horror de la muerte circundan un sepulcro de jardines, cuatro frondosas huertas: la Martela, la de los Nogales, la del Algarrobo y la del Alcaide. Nace en esta última, al abrigo de una porción de álamos blancos, un manantial que lleva el dulce nombre de La Piedad y que, pródigo y compasivo con su nombre, manda uno de sus caños a fertilizar las huertas, mientras el otro sigue el camino del Puerto de Santa María, se detiene ante una ermita arruinada, para acatar la majestad caída…” Estos lugares que el Padre Luis Coloma quiso dejar para siempre en las páginas de sus libros han sido estudiados por el profesor e investigador Miguel Ángel Borrego, el cual sitúa la Shiduna árabe, aquella que, al decir del historiador Ahmad al‐Razi (m.955) fue “muy grande a maravilla” con un monte sobre ella “de muchas fuentes que dan muchas aguas”.

Fuera como fuese, el marquesado del Castillo del Valle de Sidueña es el título nobiliario español que el Rey Carlos II de España otorgó en 1694 a favor de Juan Nuñez de La Cerda y Ponce de León. Su nombre se refiere al castillo de Doña Blanca, construido en el siglo XV y situado en las ruinas de la ciudad fenicia de Doña Blanca, en el pago de Sidueña. A cuya memoria glosó el poeta jerezano Ibn Lubbal: “Cuando el que está afligido contempla/el bello rostro de la tierra de Sidueña, olvida su pena. Parece que la mano de la lluvia hubiera cubierto/ de verdes brocados sus valles y majadas./ Como un aladar por las mejillas del hermoso,/ discurren los arroyos por sus marjales.”

Pero lo que aquí nos trae, a este encuentro dominical con los lectores portuenses es la importancia del agua de Sidueña. Tanto es así, que nuestra ciudad puede considerarse una privilegiada, ya que en el siglo XVI existian en la ciudad –gracias al agua de los manantiales de La Piedad y sus conducciones‐, fuentes públicas que abastecían de agua a los vecinos, y desde mediados del XVIII, algunos domicilios lograron tener abastecimiento del preciado líquido. La fuente principal de abastecimiento de agua, conocida como “la fuente vieja”, de caudal escaso se encontraba en el olivar de la Victoria, lugar alejado de la ciudad y por ende con los problemas de distribución a los domicilios de los portuenses. Eran tres los motivos por los cuales el abastecimiento de agua traía de cabeza a la Corona, por un lado la salud pública o el suministro de agua potable al “presidio” de Cádiz, por otro el aprovisionamiento de agua a las embarcaciones. Las soluciones pasaban por la canalización de las aguas provenientes de los manantiales de Sidueña. A Cádiz se llevaba el agua en botes para aquellos vecinos que carecían de sus aljibes. La atención se centraba pues también en la posibilidad de canalizar la llevada de agua potable del valle de Sidueña, sobre cuyas cualidades ya había señalado Pedro J. de Castro en su texto “Breves noticias sobre los manantiales de aguas potables del calle de Sidueña, término de la ciudad del Puerto de Santa María (Cádiz 1860)”.

En 1868 mientras se firmaba el “contrato celebrado entre el Ayuntamiento de Cádiz y Matias del Cacho, concesionario para el abastecimiento de aguas potables a esta ciudad, por escrituras públicas otorgadas el 4 de febrero de 4868”, también se autoriza a la compañía inglesa The Cádiz Water Co. Ltd., a efectuar las obras de construcción de una tubería para traer el agua de Sidueña, no sólo para la capital, sino también para El Puerto de Santa María, Puerto Real, San Fernando y el Arsenal de La Carraca.

Así, tras este paso de puntillas, y con el único objetivo de que la curiosidad nos transporte por los lugares descritos; nada tan a mano como aquellas reflexiones de Borges cuando dijo: “Un día cualquiera, descubrimos que después de buscar en parajes remotos aquel tesoro soñado, estaba escondido en el patio de nuestra propia casa”.
Enrique Bartolomé

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