El orden de los tiempos: Las Galeras en El Puerto

Las Galeras en El Puerto


ILUSTRACIÓNMaría Fernández Lizaso

EL ORDEN DE LOS TIEMPOS



Publicado en el Diario de Cádiz el Domingo, 30 de octubre de 2011
Por más de un siglo El Puerto se convirtió en el primer puerto militar de España, asiento de la Capitanía General del mar Océano durante casi dos siglos, y lugar donde se iniciaron numerosas y afortunadas expediciones navales. 
Nos encontramos a principios del siglo XVI, cuando el puerto de Gibraltar, como asiento de las galeras en la península era notorio. Su característica geográfica le hacía ser el lugar de preferencia de marinos. Pero es a raíz del saqueo de esta población del estrecho en 1540, cuando las galeras se instalan en nuestra ciudad. A decir de Hipólito Sancho "la documentación publicada por los investigadores de la obra portuguesa en África nos muestra de asiento a las galeras gobernadas a la sazón por el célebre don Bernardino de Mendoza, desempeñando funciones bastante complejas, pues van desde la información reservada y el cuidado de la preparación de la flota, hasta el mando de la misma".
La presencia de las Galeras en El Puerto constituye, sin duda, una de características que más influyen en sus rasgos fisionómicos. Y supuso, empero, una complicación añadida a la ciudadanía, por la dualidad de autoridades que a consecuencia de ello existieron. Fueron muchos los conflictos suscitados sobre todo durante el siglo XVII. Para entender mejor la situación creada acudamos al historiador portuense Hipólito Sancho, que de una manera sublime describe lo ocurrido: "El Puerto era una villa de señorío, libre de numerosas cargas, entre ellas la de alojamiento -caballo de batalla entre el concejo y los generales de las galeras-, con sus autoridades dependientes del concejo ducal y a cuya hacienda no interesaban las mejoras que los de las flotas reales pretendían, so color de ser beneficiosas para la colectividad".
De la documentación consultada puede deducirse que la gente de las galeras formaba un mundo aparte. Eran tan peculiares que su organización partía de la independencia de la población civil, a la que hacían sentir su condición de privilegiada. El numeroso capital humano que conformaba las galeras y su fuero privilegiado traía de cabeza a los vecinos portuenses. Imaginemos por un momento la amalgama de gentes y ocupaciones. Existían capellanes bajo la autoridad de un mayor en lo tocante al servicio religioso; proveedores con una verdadera nube de subalternos a su alrededor; pagadores generales con sus oficiales correspondientes; veedores, cirujanos, barberos, remolares, herreros y otros oficios que sin embarcar tenían el mismo privilegio. Todos ellos habitaban en nuestra ciudad con sus respectivas familias. Y si a ellos se sumaban una verdadera nube de capitanes, alféreces y "demás entretenidos por su Majestad", se entiende que lo que tuvieron que pasar nuestros conciudadanos de entonces era un calvario.
Ahora vayamos al terreno social. Fue tanta la influencia del mundo de las galeras, que el afincamiento de militares trajo consigo la formación de una aristocracia de tipo militar, que mezclada con otra mercantil (Cargadores a Indias), transformará por completo -a decir de Hipólito Sancho-, la fisonomía social portuense, en la que figuraban hasta entonces los oficiales de la administración ducal, los descendientes del Alcaide Charles y "algunos deudos remotos de los señores de aquella".
A finales del siglo XVI la ciudad había sido tomada por esos capitanes, muchos de ellos honrados con hábitos de órdenes militares; poseían sus fincas y tierras de labor aquí; comerciaban con las Indias; labraban edificios más suntuosos que los existentes hasta entonces y "comenzaron a adquirir entierros, dotar capillas, intervenir en la administración concejil y, en suma inauguran una serie de nombres, los más de los cuales persistirán durante más de dos siglos en la documentación portuense, creando esa suerte de casta cerrada que constituye las aristocracias entre los siglos XVI a XVIII".
A modo de resumen, la gente de galeras era un mundo aparte, a decir de los historiadores, dependían de una jurisdicción criminal privativa, con su aguacil mayor, al que correspondía la vigilancia y detención de los delincuentes, jurisdicción que por un mal entendido espíritu de clase, no solamente provocó conflictos por doquier, sino que dejaba impunes no pocos delitos contra la honra, la propiedad y la vida. Son frecuentes las quejas de los regidores de nuestra ciudad "ante los desafueros de la gente, no de galeras -que estos allí estaban encadenados-, sino de la soldadesca de las mismas y toda la turba multa de remolares, cabos, artilleros y demás asimilados que completaban la dotación de aquellas".
Pero no todo era negativo. La economía portuense se venía fortalecida y la seguridad ante la entrada de corsarios berberiscos o franceses, también. Aunque ello no fue obstáculo para que el cabildo tomase medidas que resultaban incómodas a los jefes de la armada y que a la larga, en el XVII, pudo llevar a la salida de esta definitivamente de nuestra ciudad.
Enrique Bartolomé

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