El orden de los tiempos. La joya de los duques de Medinaceli


La joya de los duques de Medinaceli


ILUSTRACIÓNMaría Fernández Lizaso

EL ORDEN DE LOS TIEMPOS


Publicado en el Diario de Cádiz el Domingo, 27 de noviembre de 2011
Mucho se ha escrito acerca del portuense convento de la Victoria. Documentos, legajos, pero sobre todo una extensa bibliografía ponen de relieve que este insigne monumento tiene tras de sí una considerable controversia y matices políticos, ideológicos y personales en lo que respecta a su fundación.
El convento de El Puerto es uno de los más antiguos de la península; el tercero, después de Málaga y Andújar. La bibliografía consultada sitúa la fundación del convento de la Victoria y la llegada de los frailes mínimos a la ciudad en el día 2 de febrero de 1502, que es la data precisa que dan fray Juan de Morales en su Epítome sobre la orden mínima y fray Lucas de Montoya en la Crónica General sobre la misma orden. Aunque a decir verdad las fuentes documentales no hacen sino crear más desconcierto. Así, si nos fijamos en el Protocolo del monasterio de la Victoria conservado en el Archivo Histórico Nacional, no hay certeza sobre el día y el año en que se hizo la fundación y se alude a la bula de Julio II y a que los monjes hacía tres años que se habían asentado en la ermita de San Roque. Por tanto, según esta fuente, sería en 1503 cuando llegaron los primeros frailes. Sin embargo, en el archivo del Arzobispado de Sevilla se expresa que el convento fue fundado por los duques de Medinaceli en 1502 en una ermita, que estuvo situada donde después se encontraban las huertas del monasterio.
En un extenso trabajo, la historiadora Ana Becerra detalla las causas que se han barajado tradicionalmente sobre la fundación del convento de la Victoria en El Puerto y señala que "el duque Juan de la Cerda pretendía trasladar el panteón familiar desde el monasterio de Santa María de Huerta en Soria al de El Puerto, debido a la postura de los monjes hortenses en el problema sucesorio que se planteó a la muerte de su padre Luis de la Cerda, tomando estos partido por el hermano del duque Luis, don Iñigo. Sin embargo, Juan de la Cerda se reconciliaría años más tarde con los monjes de Huerta, no cumpliendo nunca la función de panteón el monasterio de El Puerto".
Más cercano, un estudio del historiador Javier Maldonado determina que se existen tres tipos de causas: políticas, ideológicas y personales, primando ellas sobre la sepulcral. "Entre las primera, la conveniencia para la casa de Medinaceli de levantar en uno de los principales lugares de sus estados un edificio religioso de estas características -a decir Maldonado- que pusiese de relieve su poder señorial y agradar a los Reyes Católicos en su política diplomática. Este monasterio era la grandiosa ofrenda religiosa de unas personas temerosas del destino de sus almas para obtener gracias a ella la salvación eterna. La predilección que sentía el duque por la ciudad en la que nació pudo ser también uno de los motivos de la construcción de dicho monasterio, que constituiría la manifestación arquitectónica y artística de su poder económico y social", concluye Maldonado.
Sea como fuere, el monasterio, del que queda en pie gran parte de iglesia y claustro, fue fundado bajo la advocación de Nuestra Señora de la Victoria y el patrocinio de los duques de Medinaceli, Juan de la Cerda y Mencía Manuel en los inicios del siglo XVI.
A decir de la historiadora local Ana Becerra, "los datos poblacionales más cercanos a la fecha de instalación de la orden de los Mínimos en El Puerto de Santa María corresponden al año 1528. Esta ciudad contaba entonces con 1.586 vecinos, alrededor de 5.000 habitantes, y era el núcleo más importante de toda la bahía". Aunque la verdad es que hay cierta controversia sobre la fecha de la llegada de los frailes mínimos en El Puerto de Santa María, sirva como ejemplo que en una misma fuente se citen dos fechas distintas para fijar la llegada de los primeros frailes: 1502 y 1503.
La orden de los mínimos, fundada por San Francisco de Paula en la ciudad italiana de Paula Cosenza, gozaba en nuestro país de ciertos privilegios otorgados por los Reyes Católicos pues interesaba a su política territorial. Así, el rey Fernando El Católico en una real provisión fechada en Zaragoza el 22 de septiembre de 1492 ordenaba que se le guardasen a los mínimos todas las gracias y privilegios concedidas por la Santa Sede. En nuestra comarca, los duques de Medinaceli y los de Medina Sidonia hicieron también todo lo posible por amparar y apoyar a la orden, concediendo a los frailes mínimos ermitas para llevar a cabo la fundación. Además de El Puerto, encontramos los de Estepa, Medina Sidonia, Osuna o Jimena.
Muchos, sin embargo, fueron los problemas que tuvo la comunidad de mínimos para desarrollar su labor en El Puerto y todo por no haber pedido licencia a la Archidiócesis de Sevilla. Según Hipólito Sancho, el entonces cardenal arzobispo de Sevilla Diego Hurtado de Mendoza "no quiso bendecir ni consagrar la iglesia, pues no se le había pedido licencia por tener la religión mínima privilegio para fundar convento por bulas de los papas Sixto IV e Inocencio VIII sin necesidad de pedir autorización a los obispos, hecho que molestaba a algunos, como sucedió en este caso".
Es en una bula de Julio II donde se detalla lo sucedido se apunta que "el mismo vicario había alejado, bajo pena de excomunión, a algunos fieles de Cristo que habían acudido, a causa de su devoción, a la iglesia y a la casa citadas anteriormente para oír misas y homilías pronunciadas por los mismos hermanos con escritos amenazantes fijados en las puertas, y que habían ocasionado muchos obstáculos e impedimentos a los hermanos; e incluso el arzobispo citado anteriormente no había querido bendecir y consagrar la citada iglesia de Santa María de la Victoria y que no había permitido que lo hiciera otro…". Para solucionar esto los frailes acudieron al fundador y este se dirige al papa Julio II, para que remediase este problema, dando una bula, en la que ordenaba que no se le pusiese ningún impedimento para edificar el convento. De esta tajante manera cesó el conflicto.

Ha llovido mucho desde los inicios del siglo XVI hasta la fecha. Vicisitudes como las contadas y la peculiaridad de haberse fundado como convento y acabado como penal, hacen sin duda más interesante este singular edificio portuense. Los duques de Medinaceli lo tuvieron claro, ampararon el establecimiento de la orden de los Mínimos en El Puerto y por ende, obedeciendo a los Reyes Católicos, convirtieron este convento en la joya de su corona.
Enrique Bartolomé

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