Luisa y Milagros




Menuda tristeza. Sin darnos tiempo de recuperar una luctuosa noticia, nos llega otra. A cual más injusta, a cual más irreparable. La nochebuena se llevó a Milagros, la Navidad a Luisa. El año 2010 nos abandona con dos heridas abiertas en el corazón.
Luisa Cárave y Milagros Govantes, instituciones humanas difíciles de imitar dijeron adiós a una ciudad por la que lucharon y a la que dieron todo lo que fueron. Sus vidas, largas en el tiempo, servirán para que muchos portuenses, al levantarnos cada día, tratemos de ser un poco mejores.
Contribuyeron con su ejemplo a extender la solidaridad por cada lugar que pisaban. Allí donde hacía falta una mano incondicional, encontrábamos a estas dos Agustinas de Aragón portuenses.
A Milagros, genio y figura, la conocí cuando por aquellas acompañaba a mi madre a sección femenina. Enjuta, de fuerte carácter y altura, fumadora empedernida, embajadora de Osuna en la ciudad, trabajadora social inimitable, amante del baile por sevillanas y de la tertulia donde te pillase, ejercía de maestra de ceremonias en comedores sociales, caritas, parroquias, cruz roja y en todas aquellas instituciones que destilasen solidaridad. A Milagros, ninguna otra cosa le llenaba tanto que aquellas horas dedicadas a servir a los demás. La última vez que me paró por la calle, hace unos quince días, no pude imaginar que nunca más volvería a verla. Trataba con familiaridad aquellos achaques de salud que le acosaron durante años; nunca se quejaba, si lo hacía, vislumbrabas a través de los gruesos lentes con los que te miraba, la resignación de una persona de gran corazón.
De Luisa, solo tengo buenos recuerdos. La conocía de siempre, pues fuimos casi vecinos de la calle Pozuelo, aunque fue el día que me toco presidir una de las mesas electorales del Instituto Santo Domingo -a la que ella acudía fielmente como interventora del PP-, hace más de dos décadas, cuando aprecié de cerca sus condiciones y sus bondades. Nunca pude imaginar que tras esa frágil figura se escondiese una persona de tanta talla. Humana por los cuatro costados, atesoraba la grandeza de la discreción. Hasta que la traicionera enfermedad decidió llevársela de este mundo, su deambular por los rincones más desfavorecidos de El Puerto era su constante. Decidió ayudar al prójimo desde las atalayas de Nueva Bahía, Sol y Vida o Cáritas, y así transcurrió su vida hasta que su sonrisa se apagó para siempre.
Finalizó el año 2010 y los portuenses nos quedamos un poco huérfanos. Dos portuenses ejemplares, trabajadoras sociales por naturaleza abandonaron los lugares que compartían. Sin avisar y sin que nos diese tiempo de asirnos a sus recuerdos, en menos de 24 horas dejaron este mundo en el que contribuyeron a hacer felices a muchos seres humanos.
Con su entrega animosa, voluntaria y bizarra, Luisa y Milagros supieron zarandear, sin duda, las baldas de nuestras entrañas.
Tribuna libre. Diario de Cádiz
Enrique Bartolomé

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