El último marmolista


A veces, pocas veces, cuando uno menos lo espera, aparecen delante de ti seres humanos que dan un giro de ciento ochenta grados a la monotonía que arrastras cada día, desde no se sabe cuando. A veces también te ocurren esas cosas cuando te hayas inmerso en situaciones desagradables y tristes. Que de todo hay.
Tras las luctuosas estelas que uno tiene que seguir tras el entierro de un familiar, cansado ya de tantos papeles y sorprendido por las tasas que nuestro Ayuntamiento ha dispuesto para la ocasión, me encuentro en calle Santa Clara arriba, con un hombre menudo, pero curtido después de tantas batallas. Su nombre –de genuino arraigo portuense-, Manuel Mulero Baracho, esconde tras de si la auténtica historia de un artista hecho a sí mismo.  La peculiar semblanza de un hombre asido a la lucha y el modelado con la piedra.
Un buen día le llegó la oportunidad. La familia Terry encargó al artista local Juan Botaro, el monumento al Corazón de Jesús que aún permanece en la antigua bodega. Y Botaro, diseñó con especial tino todos y cada uno de los componentes del referido conjunto monumental. Desde el basamento hasta la propia talla, pasando por las columnas fueron realizadas en piedra de Novelda, de Arcos y de Asperón, siendo que Manuel Mulero entrase a colaborar con el escultor.
Las manos del joven, ávidas del aprendizaje necesario para desarrollar el instinto, fueron puestas a prueba. En tres ocasiones tuvo que repetir una determinada pieza. Al final salió, y se quedó con Botaro hasta la finalización del monumento. Después vinieron otras piezas y por último la portada en piedra que aún se conserva en la entrada a las Bodegas Caballero por la calle San Francisco.
Cuando muere Botaro, Mulero abre su propio taller de marmolista, y se instala en la Calle Santa Clara, en el barrio alto, cerca del Camposanto. Donde allí permanece, aunque jubilado. Triste por no encontrar a nadie que quiera seguir con el negocio. Y es que –como él mismo dice- con los adelantos de hoy en día hasta la talla del mármol se hace por ordenador. Y así es imposible vivir del trabajo con las manos.
Manuel Mulero te cuenta su historia, la de un artesano incomprendido. Por sus manos pasaron piedras que un buen día tomaron cuerpo y configuraron en muchos casos el epitafio de nuestros seres queridos. Artistas como Manuel permanecen en ese anonimato que, a fuerza de ser justos, debiéramos rescatar. Aunque sólo sea por reconocer la figura de los artesanos que van siendo engullidos por el mal entendido desarrollo industrial.
El último marmolista tuve la suerte de encontrarlo en su taller el otro día. Rodeado de martillos, cinceles, gardinas y punzones me recibió como si aún conservase ese sueño por realizar, de cuando entro a trabajar con Botaro, su maestro.
Enrique Bartolomé
Bienteveo. Diario de Cádiz

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